Durante la semana que inició el domingo 31 de mayo y que se extiende hasta el domingo 7 de junio, la Escuela de Arquitectura (EA) ha entrado en un “período de silencio”. La intención ha sido promover un tiempo de desconexión, favoreciendo así el trabajo individual, los procesos de diseño, la lectura y el avance de actividades académicas sin que exista la necesidad de una constante y abrumadora comunicación a través de medios digitales entre docentes y estudiantes. A continuación, se ofrecen algunas perspectivas acerca de esta decisión, en el marco de una realidad marcada por la pandemia global de la enfermedad COVID-19.
El impacto de COVID-19 en la enseñanza universitaria ha sido fuerte. En nuestro caso, en la EA, no estábamos preparados para “virtualizar” cursos que por casi cincuenta años se han impartido de forma presencial. Los talleres de diseño, eje del currículum, demandan una gran cantidad de horas de interacción presencial entre profesores y estudiantes.
Al vernos obligados a “virtualizar” los cursos sobrevino el gran reto: ¿cómo lograr conseguir la interacción entre profesor y estudiantes en su trabajo de taller en una modalidad virtual sincrónica?, y la gran pregunta: ¿es posible lograr los mismos resultados de un trabajo de taller en una modalidad virtual asincrónica?
El resultado obtenido en este corto tiempo puede observarse desde dos ámbitos. Un primer ámbito que muestra un gran esfuerzo por parte del profesorado por aprender a comunicarse con sus estudiantes de forma sincrónica y asincrónica con el fin de transmitir conocimientos. Un segundo ámbito, en el que se observa el esfuerzo enorme por parte de los estudiantes por adaptarse a esta nueva modalidad para poder cumplir con las exigencias pedagógicas del curso y así ir construyendo conocimientos para demostrarlos a través sus actividades y trabajos de proceso y evaluación.
En ambos ámbitos, se empieza a dar un gran desgaste y agotamiento por los largos periodos que se dedican a las reuniones virtuales en plataformas como Zoom o Microsoft Teams, las cuales son mucho más desgastantes física y mentalmente que las presenciales. A esto se le suma el estrés que genera la inestabilidad de los servicios de internet.
Siendo así las cosas, me parece que la decisión de la EA de realizar un alto temporal de las actividades en la comunicación virtual entre estudiantes y profesores, para reducir los niveles de desgaste presentados y bajar los niveles de estrés, que pongan en riesgo el rendimiento óptimo de los estudiantes en sus procesos de aprendizaje y la potencial deserción masiva.
Esta semana de respiro y silencio intenta alzar la voz en favor de la salud física y mental de estudiantes y docentes de la Escuela de Arquitectura de la UCR, quienes han experimentado un aumento exponencial en el número de horas semanales en las que se pasan con la mirada frente al computador.
Según la Asociación Americana de Oftalmología, la exposición prolongada a computadoras y dispositivos digitales puede causar fatiga ocular, afectando a personas de todas las edades, provocando síntomas como visión borrosa y ojos secos.
A esta fatiga ocular, hay que agregarle el estrés causado tanto por la situación de la pandemia y el encierro, como por el paso de la educación presencial a la virtual. Estas situaciones han causado en muchas personas estrés y diversos síntomas relacionados con la ansiedad y la depresión.
Desde la perspectiva del apoyo sicológico, se corrobora la necesidad de este tipo de medidas, se recomienda a su vez a las y los estudiantes y docentes, no sobreexponerse a la pantalla del celular u otros artefactos tecnológicos durante este tiempo de silencio virtual.
Los medios virtuales en donde recibimos lecciones muchas veces se convierten en espacios superficiales y fríos.
En estos días durante los cuales hemos recibido clases virtuales, los y las estudiantes hemos cambiado nuestros hábitos comunes de estudio y hemos tenido que adaptar tiempo y recursos para poder sobrellevar la situación actual del país, sin que esta afecte nuestro desarrollo personal y nuestra formación académica, pero se han presentado algunas situaciones que evidencian un estado de cansancio y estrés.
El aprendizaje en los diferentes cursos va más allá de ver vídeos “asincrónicos” o de asistir a clases por Zoom, sumemos las horas de reunión con los grupos de trabajo en los diferentes cursos. Esto implica una gran cantidad de tiempo en frente de una pantalla, para lograr entregar un resultado óptimo se realiza un esfuerzo desproporcionado que está siendo, a veces, imposible de manejar y está minando la salud de muchos y muchas.
Es importante reflexionar y repensar las cosas, aprovechar el tiempo que se nos ha dado para realmente descansar de las prácticas que hemos tenido en estos días. La virtualidad debe ser un apoyo, no un obstáculo en nuestro aprendizaje. Este cambio ha pensado al estudiante como alguien que debe tener la capacidad de estar hiperconectado, pero en realidad es que nuestra población (tanto de docentes y estudiantes) no es experta en el uso de los medios digitales. Esto es un proceso de adaptación complejo que debemos ir sobrellevando, construyendo, desarrollando y mejorando entre todos y todas.
Acerca de la reciente decisión de la dirección de la Escuela de Arquitectura, apoyada en franca mayoría por el Consejo Asesor, en cuanto a la instauración de una “semana de silencio” en medio del semestre en curso, me gustaría hacer algunas observaciones. Esta iniciativa propone el cese de comunicaciones entre docentes y estudiantes durante una semana. No se sugiere el cese de actividades de investigación, trabajo individual o programación. Con esto dicho, quiero distanciarme de la componente administrativa de esta decisión y de sus posibles efectos. Tampoco me interesa apuntar hacia su componente potencialmente terapéutica, se sale de mi formación y experiencia. Quiero escribir acerca de la idea de silencio como una acción con capacidad formativa y performativa, o sea como acción con cierta capacidad de cuestionar, y eventualmente transformar, prácticas en curso, en el marco de los diversos quehaceres académicos que nos ocupan.
A propósito de estas circunstancias, he estado releyendo un libro de Stuart Sim, a Manfiesto for Silence. En el sexto capítulo del libro, Sim, crítico literario quién es además profesor jubilado de literatura inglesa en Northumbria University, se refiere de forma específica a dos ensayos escritos por Susan Sontag (1933-2004): Against Interpretation (1966) y a The Aesthetics of Silence (1967), siendo que es este último el que da título al capítulo en cuestión. Sim afirma que “Sontag hace en énfasis en la cualidad dialéctica del silencio: al hecho de que éste solo tiene significado dentro del contexto que contiene un discurso convencional.” En otras palabras, para Sontag el silencio constituye una forma de discurso, una que nunca deja de hacer referencia a sus opuestos. En este momento, generar silencio envía un mensaje, desde mi punto de vista, contundente: resulta imposible hacer aseveraciones u ofrecer lecturas de una en realidad global en crisis, la más grande que mis ojos han visto. El silencio, dice Sim, es una reacción a un estado comprometido.
Acerca de ese estado: en medio de 1500 mensajes de WhatsApp por minuto, algunos con bien intencionados links a noticias que llaman con premura a la reformulación de la docencia en tiempo de pandemia, a fake news, o a artículos apresurados a través de canales de peer review que tratan temas de salud mental y física, el silencio aparece como un medio para ir al encuentro de nuevas ideas, ideas que necesitan, por lo menos en mi caso, de espacios quietos y calmos para convertirse en material de investigación comunicable. El silencio opera, en este caso, como el complemento indispensable de los procesos de comunicación que son intrínsecos a la investigación y la transmisión de ideas.
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