Adriana Salvador Luna
Arquitectura, al igual que muchas otras carreras, ha sido históricamente dominada por hombres. Desde la apertura de la Escuela de Arquitectura en la Universidad de Costa Rica, ha habido una incorporación paulatina de mujeres dentro del estudiantado, quienes tuvieron que abrirse paso a ellas mismas y a las nuevas generaciones que les siguieron. No obstante, y muy a pesar de sus esfuerzos, a la fecha se siguen resintiendo algunos legados machistas y excluyentes. Las paredes de la Escuela aún encierran espacios de discriminación, sesgados por género, orientación sexual, etnia y discapacidad. Como resultado de muchas vivencias negativas e injustificadas, a inicios del año 2019 se conformó el primer colectivo estudiantil llamado Comisión de Equidad y Género con el objetivo exponer situaciones de abuso y fomentar la discusión sobre las mismas.
Como colectivo, uno de los primeros acercamientos que tuvimos fue la oportunidad de presentar en dos asambleas nuestras preocupaciones y poder contar nuestras experiencias dentro de la Escuela. Este primer paso fue muy importante para visibilizar este lado oculto y olvidado de la cotidianidad de las y los estudiantes, pero también fue un momento vital para comenzar a construir una red de apoyo entre alumnas, alumnos, profesores y dirección académica. Hasta el momento, los tratos impropios, los casos de acoso y los diferentes modos de discriminación solo se exponían en forma de rumor, casi como leyendas; pero a partir de este encuentro, se empezaron a develar una serie de situaciones que se ignoraban y que debían ser urgentemente atendidas.
Como resultado de esto, la organización tomó consciencia de la importancia de indagar sobre la experiencia de la comunidad en el ámbito académico de manera segura y confidencial, por lo que se creó un buzón para que todas las personas de la Escuela pudieran escribir sobre sus experiencias negativas relacionadas con temas de equidad y género. Nuevamente, este fue un paso crucial para acercarse a la comunidad y crear un vínculo de confianza con estudiantes de otras generaciones. El conjunto de respuestas permitió esclarecer los objetivos de la comisión y redireccionar los proyectos en atención a problemas sistemáticos, arraigados en una Escuela desactualizada y poco inclusiva.
Esto llevó a la comisión a buscar alianzas y apoyo dentro de las instancias creadas por la Universidad de Costa Rica. En conjunto con el Centro de Investigación en Estudios de la Mujer (CIEM) se elaboraron charlas acerca del hostigamiento sexual y el procedimiento a través del cual se puede presentar una denuncia. De igual manera, se organizaron presentaciones en los diferentes talleres de diseño impartidos en la Escuela, con el fin de instruir al estudiantado sobre el marco normativo existente. Como consecuencia de esto se dió acompañamiento a varias personas en sus debidos procesos de denuncia.
La Comisión de Equidad y Género sin duda alguna marca un antes y un después en nuestra Escuela, pues ha evidenciado la necesidad misma de su existencia. Con este retorno a la presencialidad se espera que la Comisión siga evolucionando, formando una red de apoyo aún más sólida y construyendo una cultura de cuestionamiento y lucha constante.
Lucia Riba Hernández
Tanto la producción de teoría y la práctica de la conservación patrimonial corresponden a campos de trabajo tradicionalmente estructurados desde las masculinidades, tan es así que muchas veces quienes asumen el papel protagónico en foros, seminarios, congresos, inclusive en las aulas, son hombres. Y claro, hombres blancos, quienes a su vez referencian en sus discursos a hombres blancos europeos principalmente. Siendo que el campo disciplinar tiene una alta participación de mujeres.
Desde una posición algunas veces anti-colonial, y por ende que dialoga con las diversas posturas del feminismo, muchas mujeres desde la arquitectura han incursionado en la lectura del patrimonio con la intención de descentrar la condición hegemónica dada a Europa como referente medular para la teorización y producción de los parámetros que orientan el campo de la conservación, particularmente las del Sur Global. De esta forma, hay una lectura sobre la memoria, los lugares, los objetos y las prácticas de la cultura que reconoce en la cotidianeidad, en las formas de existir y habitar los lugares, como productores de “patrimonio”, donde éste se entrecruza con las agendas por la reivindicación de una serie de derechos asociados al territorio.
Esta apuesta por un “patrimonio” que requiere re-pensarse, no se ancla, exclusivamente, en las categorías inventadas para clasificar la materia y las prácticas que aún se asientan al “monumento histórico” como matriz, sino en nociones como entorno, paisaje, ciudad, barrio, comunidad, las cuales insisten en el derecho a la autodeterminación y gestión del “patrimonio”. En este caso, el patrimonio no requiere para su reconocimiento del proceso tecnocrático estatal heredado de la tradición francesa post revolución, sino de la costura de narrativas sobre las existencias, los lugares y sus disputas, que evidencian el contexto latinoamericano como palimpsesto de resistencias en permanente tensión.
Desde esa mirada compartida por muchas mujeres en la arquitectura, el patrimonio se reconoce tal cual invención y como dispositivo de poder es observado en sus limitaciones, según afirma Marcia Sant’Anna, ya que privilegia los relatos del pasado, maquillados y romantizados por la presencia del héroe (los hombres fundadores de la Nación) y los sitios donde ellos han dejado huella. Esta huella es muchas veces no más que la materialización de la exploración de seres humanos esclavizados, cuyas “historias” están presentes en las piedras que conforman los conjuntos coloniales y barrocos que engrosan las listas de inventarios, campañas publicitarias y textos didácticos.
La irrupción que potencian las mujeres desde la arquitectura, entonces, considera al patrimonio como bien común, íntimamente abrazado al Derecho a la Ciudad y Derecho al Territorio, a esos derechos constitucionales aún en deuda desde el cual el Estado costarricense “se compromete a garantizar” un ambiente sano y ecológicamente equilibrado. Esta apuesta critica la dualidad positivista entre cultura y naturaleza, sustentada en un modo de vida capitalista que ha colonizado no solo el conocimiento, sino los cuerpos y los lugares, y que sostiene a un modelo de mundo donde las mujeres somos responsables, en condición de desigualdad, de producir, cuidar, proteger y crear.
Las mujeres arquitectas insistimos, llamadas de “intensas”, en la necesidad de poner en duda y lugar de crítica a las centralidades geopolíticas heredadas respecto al patrimonio, su conservación y teorización.
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