Durante estas semanas, miles de docentes hemos seguido haciendo nuestras labores desde las casas, preparando la transición de contenidos, métodos y recursos didácticos hacia la virtualidad, lo que implica un cambio paradigmático en el sistema. Posiblemente, la universalización de la educación a distancia vaya a tener un impacto en la pedagogía similar al que tuvo hace algunos siglos la creación de la imprenta y la producción de libros en serie. En un artículo titulado “La didáctica en línea: ¿Es necesario que ocurra un involucramiento sensorial/corporal para que se cumpla el objetivo pedagógico?” (fuente: sitio web del Observatorio de Innovación Educativa del Instituto Tecnológico de Monterrey), dice A. García Barrios: “en los orígenes de la modernidad se halla este instrumento (el libro impreso) que hoy tanto usamos pero que en su momento provocó un brusco distanciamiento entre la gente al hacer privado (a través de la lectura personal y silenciosa) el arte del escuchar historias (el cual antes era público o por lo menos familiar), desterrando contactos humanos tan importantes como el de reunirse en grupo alrededor de la mesa o a la mitad de la plaza del pueblo a oír un cuento (…) Los libros, como medio de expresión y aprendizaje, afectaron el contacto físico entre la gente; su aparición implica un hito en los cambios de comportamiento de, por ejemplo, la relación entre el maestro y sus discípulos”.
Quizá una diferencia fundamental sea que la alfabetización requerida hoy día para acceder a los medios y recursos pedagógicos y didácticos es tecnológica y digital. Ante ello, hay un esfuerzo mayúsculo que debe hacerse para garantizar que nadie quede excluido del sistema educativo por circunstancias socioeconómicas, geográficas o de otra índole, como discapacidades cognitivas, auditivas o visuales, por ejemplo, que le impidan acceder al uso de aplicaciones o equipos adecuados, conexión estable y confiable a internet, entre otros.
No debemos pensar que esta situación de los cursos virtuales es temporal. Aunque la mayor parte del sistema regrese eventualmente al ejercicio presencial del aula una vez pasada la emergencia, habrá en el corto plazo una tendencia generalizada alrededor del mundo a seguir mudando hacia modalidades mixtas y a distancia, que a mediano plazo terminarán por consolidarse como norma. Para ello hay varios motivos, entre los cuales están las ventajas comprobadas de reducir la movilidad, ahorros en tiempo y gastos económicos, menor exposición a riesgos e inseguridad, flexibilidad horaria y reducción significativa de la contaminación; todo esto, en una época en que los desafíos de contención y mitigación de la crisis climática nos obligarán cada vez más, al igual que lo ha hecho este virus, a implementar medidas estructurales de cambio que modificarán inevitablemente nuestros hábitos de consumo, transporte, uso de recursos y relacionamiento en general.
En vista de ello, es importante disponernos para un cambio de mentalidad, que las circunstancias actuales que nos han forzado a hacer ajustes y adaptaciones a la mayor brevedad y agilidad posibles, nos sirvan para asimilar nuevos esquemas (mindsets), imprescindibles para sobrevivir al mundo que viene y, sobre todo, para mejorarlo. En ese escenario, el impacto de la educación como motor de cambios culturales va a adquirir cada vez mayor relevancia. Después de contenida la emergencia sanitaria, el papel de las instituciones educativas, y especialmente el de los y las docentes, será aún más crucial para que el conjunto de la ciudadanía pueda asimilar las causas y los efectos de este tipo de crisis, tomar consciencia de que raras veces vienen solas porque pertenecen a fenómenos sistémicos que revelan problemáticas complejas e imbricadas. Nos toca asumir el rol fundamental de ayudar a dimensionar la magnitud y escala de los retos que se nos vienen como sistema, sociedad y hábitat.
En palabras de S. Miranda Leal:
“…la analogía sociedad/escuela es susceptible de extenderse y, ante la crisis del coronavirus, el día de hoy podemos imaginar a la sociedad entera como dos instituciones complementarias: un gran centro de salud y otro gran centro educativo (cada uno con sus fuentes de abasto de todo tipo de recursos). El primero, sabemos por qué. La imagen del país como lugar de aprendizaje, en cambio, es novedosa. Podemos entenderla si describimos las dimensiones de lo que puede ser una verdadera institución como ésta: espacio de efervescencia del conocimiento y la acción, donde todos interactúan, indagan, aprenden, enseñan, disienten, aprueban y se preparan para ejecutar acciones (…) De hecho, si concebimos ambas instituciones como complementarias (salud/educación), la imagen que mejor dibuja lo que estamos viviendo es la de una escuela de salud pública, cuyos alumnos ―después de una fase de aprendizaje teórico― realizan la parte esencial de su formación en la práctica comunitaria”.
Mantener la Escuela abierta mientras los espacios físicos continúan cerrados (o con acceso y uso restringidos) no es tarea sencilla, y nos coloca ante un panorama inusual que exige un cambio de miradas. La tarea de asumir en tiempo presente una transición de época, que sospechábamos nos llegaría en algún momento pero quizá no en forma tan abrupta, es hoy impostergable. Requiere de voluntad, compromiso y valentía. Es recomendable evitar la trampa de añorar el regreso a una ‘normalidad’ que ya no va a volver (“la normalidad era la crisis”, nos dice Naomi Klein), y en el proceso de absorber los inevitables impactos que ocasionan transformaciones súbitas de gran escala, nos corresponde fortalecernos a nivel personal y como colectivo docente si queremos ayudar a sostener también el equilibrio psíquico y emocional del estudiantado y sus entornos. Además de preguntarnos por qué suceden estas cosas, toca buscar y crear respuestas en conjunto a la cuestión de ¿qué hacemos con esto y cómo le daremos el sentido que amerita?
La analista y crítica económica Hazel Henderson solía decir que “es terrible desperdiciar una crisis”. El planeta vivió tiempos convulsos hace apenas una década, y casi nadie se atrevería hoy a decir que de aquel caos financiero salimos siendo mejores sociedades. Los gobiernos, en su desesperación por rescatar a los mercados, confundieron sus prioridades y premiaron a los mismos causantes de la crisis con paquetes de salvamento que los enriquecieron hasta niveles inéditos en la historia de la civilización, a la vez que incrementaron inequidades y brechas socioeconómicas inmorales, dieron nuevos bríos a industrias contaminantes y causantes del cambio climático, mientras nos dormíamos en la zona de confort de un espejismo de estabilidad que resultó ser tan frágil como el sistema mismo. Al igual que toda la estructura institucional y del modelo de vida actual, nuestras organizaciones educativas están en un momento de profundo análisis y reflexión crítica. No podría ser de otra manera, si consideramos que la fragmentación de disciplinas y saberes que ha regido la academia de los últimos siglos debe con urgencia dar lugar a enfoques más integradores y transdiciplinares.
Es necesario complementar y evolucionar nuestros modelos educativos hacia aprendizajes vitales que generen un mayor impacto, así como apuntar al desarrollo de habilidades que promuevan modos de vida más sustentables. Las economías en todo el mundo van a depender cada vez más del acceso a oportunidades educativas de calidad para sus habitantes, y de su capacidad de articular la investigación aplicada (research and development) en muy distintas áreas. En el caso de la arquitectura y sus ramificaciones, por ejemplo, en lo que respecta a la mejora de hábitats y capacidades de respuesta ante emergencias, a un mejor uso del suelo y los recursos, mitigación de riesgos e impactos sobre los factores ambientales, fomento de una visión más ecosistémica en la regeneración y transformación urbanas, movilidad sostenible, infraestructura sanitaria, resiliencia y adaptación al cambio climático, entre muchos otros aspectos. Una Escuela de Arquitectura más pertinente, más flexible y con incidencia significativa en su contexto debe ser, más que un proyecto de futuro, una realidad actual.
En nuestros esfuerzos de virtualización, debemos mantener la relevancia de la educación y la docencia. La web ofrece hoy más que nunca un acervo de información de acceso inmediato al que no podemos –ni debemos- tratar de sustituir. Existen muchas formas de mediar a distancia través de plataformas digitales que ayudan a poner en valor el acompañamiento imprescindible de los y las profesoras en la gestión, asimilación y aprovechamiento de dicha información, en el estímulo de una actitud permanente de reflexión crítica y autocrítica en el estudiantado, en el abordaje integral de los dilemas éticos de nuestro tiempo y, especialmente, en el desarrollo de habilidades y destrezas para la investigación, el aprender haciendo y el saber aprender. Pero, sobre todo, hay muchísimos otros métodos, recursos y estrategias por producir, innovar o descubrir en el proceso.
“Los cursos en línea pueden ser tan buenos o malos, tan edificantes o nocivos, tan estimulantes o aburridos como lo sea el compromiso, el afecto y la preparación que invierta en ellos el equipo de producción, convertido en un verdadero profesor colectivo responsable ahora de la puesta en escena del entramado pedagógico. Lo cierto es que, igual que siempre, estos productores/maestros tienen hoy todos los recursos para hacer de sus clases en línea eventos inútiles y tediosos o verdaderas obras de arte mediante las cuales transmitir toda la mística del conocimiento y del espíritu humano”.
García Barrios
Evitemos, eso sí, que el sentido de urgencia que nos angustia nos haga perder de vista lo más importante. Que no nos haga sacrificar el bienestar personal propio y del estudiantado, u olvidar que es indispensable procurar en todo momento un balance en el uso del tiempo asincrónico y los espacios de contacto. No es saludable para estudiantes ni docentes estar disponibles siempre; es necesario mantener una estructura horaria que ayude a conectar y desconectar, equilibrar y delimitar adecuadamente las obligaciones del teletrabajo y la ‘teleacademia’ con los espacios personales, familiares y/o del hogar. Recordemos que el trabajo en equipo no es sólo ‘trabajo’; también implica compartir descansos, acordar las pausas necesarias cuando se manifiesta la saturación y saber hacer catarsis. La ética de autocuido y cuidado mutuo requiere en el presente de toda nuestra sensibilidad y empatía para un manejo colaborativo de la ansiedad, el miedo y la incertidumbre.
Solemos repetir que nuestra formación en arquitectura nos ha preparado siempre para afrontar cualquier problema con creatividad: somos “solucionadores/as de problemas”. Quizá nos encontramos hoy ante el desafío más grande de nuestras vidas, y por ello son éstos días oportunos para pensar en forma cooperativa, sistémica (o, mejor aún, ecosistémica), reflexionar acerca del cambio, de lo que viene inevitablemente, de la capacidad de este planeta -y de la vida- de autorregularse… “Ahora, mientras nos movemos hacia el período de crisis del sistema mundial moderno de las naciones-estado industriales, un período no solamente con guerras por los recursos, sino también de daños ecológicos provocados a escala planetaria por una industrialización desequilibrada, necesitamos reunirnos para imaginar un mundo nuevo (…) Mientras nos movemos de la economía a la ecología como ciencia gobernante de nuestra era administrativa, nuestra política tendrá que ayudarnos a darnos cuenta de que, más allá de todo presupuesto y límite, lo que realmente cuenta no se puede contar”. (Lovelock, Bateson, Margulis, Varela y otros, en “Gaia”).
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